martes, 25 de agosto de 2009

Fue raro, angustiante...imprevistamente me encontraba en una estructura metálica, formada por sólidas vigas y dispuesta en una altura terrorífica, color amarilla (lo que no es un dato menor), y compartiendo espacios, mínimos, con dos de mis hermanas.Es de dominio público mi pánico ante la sensación de vértigo, absolutamente paralizante.
Teníamos que hacer como un viaje, a Estados Unidos sospecho, y estábamos en esa estructura esperando un avión. Pero el avión no llegaba como uno lo soñaba. Sino que venia arrastrando por una soga, suelta, no rígida, a otro avión, de menor tamaño y calidad, más plástico, más payasesco. Como cuando un amigo se queda con el auto y uno va al rescate y lo arrastra hasta donde sea necesario.
El primer avión ejercía toda su potencia, pero le costaba horrores arrastrar al más pequeño, que oficiaba de carga y viboreaba en su andar sin ni siquiera poder mantener firme su marcha. Es decir, el segundo avión, el más payasesco, no sólo no tenia potencia propia para volar, sino que además, barrileteaba al son del arrastre.
Había que bajarse de la estructura, ya no nos servía. Una de mis hermanas, la primera, indicó el camino, saltando desde la estructura hacia una especie de montacarga de obra, tipo corralito. Nos motivaba a lograrlo. La otra de mis hermanas, la segunda, saltaba, pero no lograba alcanzar el carrito y caía al vacío. Ante mi angustia de llanto incontenible, una de mis hermanas, la primera, me dijo “despreocupate, vos sabés que a ella nunca le sucede nada”. Al instante, una de mis hermanas, la segunda, se levantaba del piso sin un rasguño, se sacudía el polvo y nos hacia señas saludables.
Nunca pude saltar.

Estaba en una avenida amplia, la noche caía y las luces traseras de los autos brillaban como arbolitos de navidad. Ibamos en un auto, yo de acompañante, manejaba uno de mis amigos más cercanos e históricos, también estaba “ella” y otro de mis amigos, en este caso, no cercano, pero sí próximo y casi nuevo.
El tránsito se paralizó y todos mirábamos el azulado cielo destellado por las luces del gobierno de la ciudad y a unos pocos metros venían dos helicópteros blancos: uno volando normalmente, el otro estaba extrañamente encastrado en el primero, en una imagen parecida a un Tetris a punto trágico.
Al primer helicóptero le costaba volar por el peso que ejercía el segundo, y dibujaba peligrosas piruetas en el aire, de esas que hacen cerrar cualquier estómago. Sospechamos que el espectáculo formaba parte de una exhibición programada como publicidad, pero rápidamente supimos que nunca sabríamos de que se trataba.
El primer helicóptero, que tenía encastrado al segundo como un Tetris, perdió absolutamente el control y ambos se estrellaron en el 5to piso (o más) de un edificio de balcones de rejas blancas, con formato de fines de los 70 o comienzos de los democráticos años ’80.
La explosión iluminó absolutamente toda la noche, con esa mezcla de naranja intenso y rojos azulados en los márgenes. Las esquirlas de chapa en llamas nos acechaban como pequeños meteoritos incandescentes.
Angustiados, tristes y sin hablar abandonamos el lugar. Paradójicamente en tranquilidad. La ciudad no se había alterado.

La pileta estaba empantanada con sus ofidios gigantes y algunos cocodrilos cartera me estaban esperando. A esa aventura me dirigía cuando, tal vez, nunca existe el cuando.

Extracto del tomo III de la Obra "Memorias de un gato glotón", Sardegna, Italia, Año 1997.-

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2 comentarios:

Anónimo dijo...

muy bueeeeeenos relatos... se extrañaba sr gatuso!!!

y que tema eh!!

vero

Anto dijo...

Eeeeh tipo que la segunda hermana es mas torpe que la primera como en la vida real jeje, pero tambien es cierto q nunca se golpea jam

muy bueno, se merece 10 antonelitas! guau!

mis mas cordiales saludos