Un té de dolor

lunes, 19 de enero de 2009


Te resucité de tu calvario de dolor; me crucificaste dejándome una vida de desesperada tristeza.
Te regalé mi hombro y sequé tus lágrimas con mi corazón; me soltaste la mano y mis ojos no paran de sangrar angustia.
Te di casi tres años de absoluta protección y cuidado; pero preferiste que te maltraten en menos de un mes.
Te enseñé a valorarte (evidentemente no lo aprendiste), y vos insistís en humillarme.
Te di la eterna compañía en cada momento de tus ataques de angustia, jamás te dejé sola en tu parada de colectivo, en un mareo o en la puerta de la facultad (que ironía); me dejaste noches que se me hacen eternas, angustiado y extrañando tu compañía en mi soledad.
Te despreciabas a vos misma y te mostré que debías amarte, te hice descubrir tu orgullo y dignidad; me devolviste humillación virtual en tu librodecaras y en tu mensajero instantáneo, y en la puerta de calle Maipú destilo lástima general cuando en otros brazos quemando la turbina te escapás.
Te di respeto constante; vos me lo faltás.
Te invité a caminar con presencia descubriendo el brillo que nunca creíste tener; me obligás a correr con vergüenza delante de mis (nuestros) compañeros y de un mundo que no para de golpearme.
Te saqué de tu aislamiento social, te hice vivir el sentimiento de una amigable comunidad; me dejaste perdido en una isla conversando con mi insomnio de vos.
Te llené la vida de sonrisas, frases, historias y alegrías; me dejaste vacío en la peor amargura sin sueños y plagado de locura.
Te demostré el regocijo y el impacto inigualable que dan las sorpresas; me dejaste asombrado en mi estupor de confusiones.
Te invité a compartir mi pasión, la descubriste en un viaje a Mar del Plata en un grito de gol; me robaste el aliento, la energía y me sacaste las ganas de jugar.
Te abrí las puertas de mi familia, con sus miserias y su amor, te cobijamos en nuestro techo; me dejaste sin tu maravillosa gente, a la intemperie donde reina la desprotección.
Te hice recuperar aquellas “personitas” que más deseabas en tu corazón; me enseñaste a amarlas y sentirlas como mías pero me dejaste huérfano de sus almas.
Te llevaba por la calle siempre del lado de la pared, en un gesto romántico de protección; me dejaste del lado de afuera, en medio de la avenida, abandonado debajo del cordón.
Te di siempre mi mano para bajar del 28, del 9 o del bondi de nuestros sueños; me empujaste a un abismo, del que aún hoy no conozco el final.
Te motivé a crecer estudiando en tu profesión; te fuiste a buscar libros a otros cajones dejando cerrada nuestra biblioteca de amor.
Te abrí las puertas en cada oportunidad, comiéndome el dolor de las imágenes que en mi cabeza viajaban, cuando volviste corriendo por un poco de cuidado y ternura; me inventaste una excusa, buscando razones en mis miserias para justificar tu partida, nunca quisiste luchar.
Te saqué de tu peor ruina y conociste la dignidad; me dejaste arruinado, humillado y nunca supe la verdad.

No pienses que me olvidé de las mágicas caricias de tus manos, de la prístina redondez de tus ojitos, de la perfección de esa sonrisa y de la tranquilidad de esa mirada; pero eso para mí era nuestra eternidad, por eso hoy sólo puedo hablar de lo que descubrí detrás de tu antifaz. El tiempo, más tirano que nunca me prepoteó contándome que nuestra historia fue un cuento con un final, paradojicamente, impensado y que a mi princesita, le llegaron las 12 de la noche.

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1 comentarios:

Maddi Cofasso. dijo...

muy bueno:)


y muy buena la cancion final:)


yo tambien creo que fui en mi otra vida un gato solitario jaja :)

saludos


maddi