Ser un Gato

Tengo dos opciones para hablar de este hecho puntual, encararlo desde un lugar biográfico, histórico y lógicamente musical; o bien, sentirlo desde el plano de la emoción, de la trascendencia conmovedora del pasado y de la vibración de lo que alguna vez fueron hermosos momentos y ahora, serán nostalgia. Se cerró una etapa en nuestras vidas. Se terminaron Los Piojos.
Sin saberlo, poco más de 15 años atrás elegimos las bandas de sonido que acompañarían la película de nuestras vidas: los redondos, la renga y los piojos. Nuestras, significa mía y de mis amigos, mía y mis recuerdos, mía y mi corazón, mía y mi compañera.
El sábado en la fría y lluviosa noche de River no fui a buscar el último show de una de las bandas de mi adolescencia, ni tampoco fui a romperme la garganta con un último riff, ni a saltar en la melancolía de un pogo tardío. Fui a encontrarme con dos estados del tiempo: mi pasado más añorado; y mi presente más actual, certero y correcto.
Deseaba que musicalicen mi novela, que canción a canción amanezcan imágenes, que cada letra, cada frase me transportara aromas de otros espacios. No importaba la banda, importaba aquello que había ocurrido con la banda en plan de telón mágico y sonoro que acompañó mis huellas más antiguas y más recientes también.
¿Me querés decir a dónde va la sombra de lo que era?



Imposible no sentir la sangre hervir con Ando ganas. Dificilísimo reprimir el instinto pogueador en Esquina Libertad. Absurdo no añorar esas rondas pasmosas que tanto nos unieron en Ruleta. Como no lagrimear con Pacífico y Difícil. Una quimera no agitar la bandera de Parque Patricios en El Balneario de los Doctores Crotos. Un padecimiento terminal habernos quedado ausentes de Ay, ay, ay, Chac tu chac y Maradó, entre otros. Un pecado no viajar en la Ducato de Keke mirando el paisaje. Una desilusión no cantarte que estaba trabajando donde no quería estar y que en el pozo más oscuro puede haber felicidad. Acertado terminar guardando el tiempo en cajas viejas.
Cada instante fue una daga, cada momento fue una sonrisa, cada acorde fue una lágrima y cada letra fue una pintura diseñada en un horizonte que, maquillado por la nobleza de la distancia, transmitía emociones más potentes que lo tal vez, realmente vivido.

Pero como sabemos, no todo es pasado, y a veces el presente nos da revancha. Y también eso fue lo que disfruté. Te tuve ahí, al lado mío, como tanto había deseado, como tanto había pedido. Te agradezco por cuidarme así.
Y si bien no hubo ronda ruletera, existieron dos gestos que significaron muchísimo más que miles de palabras, que sintieron muchísimo más que cualquier pogo desgarrador, que alcanzaron estados muchísimo más profundos que llegar a cualquier escenario: dos abrazos firmes, teñidos de nostalgia, superados en amistad. Abrazos y miradas de quienes entendieron que en ese instante dejaban atrás una etapa trascendental, seguramente una de las más hermosas de sus vidas por el simple hecho de que la eligieron juntos y la compartieron en alegrías, llantos, banderas, baldosas y amores. La etapa que por efecto contagio, por novedad púber y por necesidad de identidad adolescente nació en aquellos tiempos cuando por Matheu, por Alberti, por Saavedra,por Jujuy o por Garay “caminábamos a la vez y caminábamos a la par”.-